… Respondemos a veces cuando nos preguntan para dónde iremos un sábado en la noche. Existe una solemnidad completa en torno a ella. Etapas que son pertinentes realizar para hacer que esta salida nocturna sea distinta a otras. Nos aseguramos de tener el dinero y las prendas adecuadas para nuestros propósitos, y nos vamos.
Con algo de alcohol previo – y porqué no decirlo, droga – en la sangre, ingresamos al recinto: la oscuridad y las luces producen un efecto hipnotizante, el calor y la humedad nos envuelven, el humo y la atmósfera también.
¿Por qué, muchos de nosotros, necesitamos vivir de vez en cuando esta vorágine? ¿Por qué, probablemente, encontremos justo allí a gente de mayor edad que está en busca de las mismas cosas que nosotros?
Pasa una hora, y se escucha los beats de Madonna: Forbidden Love.
Es como si todo se congelara, menos las luces. Cuando ya se logra apreciar el gusto por este rito, ¿por qué cuesta tanto dejarlo?
No tener una cama cerca cuando se presenta el sueño, tener acceso al alcohol con un costo mucho más elevado de lo normal, estar rodeado de personas desconocidas, un playlist que no necesariamente compartimos, no poder conversar tranquilamente deberían ser factores que atentaran contra el ejercicio de ir a la Disco. Pero, sin embargo, de vez en cuando nos parece atractivo a muchos de nosotros volver a experimentar todo ese simbolismo superfluo, esa turbulencia plástica y narcisa, a pesar de todos los inconvenientes que conlleva.
Forbidden love
Are we supposed to be together…
Forbidden love
We seal our destiny forever
Forbidden love, forbidden love…
Just one kiss
Just one touch
Just one look…
Are we supposed to be together…
Forbidden love
We seal our destiny forever
Forbidden love, forbidden love…
Just one kiss
Just one touch
Just one look…
El baile pareciera ser una cuestión bastante inherente en lo que respecta a nuestra interacción con otros. No es muy difícil encontrar actos de este tipo de forma recurrente en bastantes culturas tribales de distintos puntos del planeta. Muchas de ellas lo utilizan como una forma de conexión con la divinidad, como una manera de penetrar y hacer goce (y uso) de ésta. Un uso religioso de la danza, sería una respuesta que hace bastante sentido. Como nos dijo el sociólogo francés, E. Durkheim, la religión es el ente con el cual las sociedades se cohesionan, por la cuál siguen existiendo. Y en sociedades secularizadas, como la nuestra, este ente sigue operando adquiriendo formas más complejas de existir. Las denominó “religiones civiles”.
Finalmente, por muy sociedad moderna que consideremos estar viviendo, persisten actos tan pedestres y ordinarios como es la danza dentro de una masa, en donde, suponemos que el “yo” (o self) se va diluyendo hasta formar un “todo” prácticamente homogéneo, que posee un propósito claro.
Este propósito implícito podría ser la necesidad de cohesionarnos, podría ser nuestra religiosidad secularizada, con la cuál conectarnos con una divinidad de forma colectiva y sistemática, que nos proporciona una sensación de bienestar que no logramos encontrar en otro sitio.
La encontramos allí, en la pista de baile, con cientos de personas alrededor nuestro, con nuestras drogas y nuestros clímax. Nos sentimos más bellos, más aptos, más integrados. Dejamos de ser nosotros mismos, para ser iguales a todos, y esa sensación nos parece irresistible.
Nos convertimos en poesía, en una constante performance, en una estructura que irradia belleza, que libera serotonina al torrente sanguíneo, y que hace sentirnos más felices y plenos.
Después de todo esto, ¿quién podría dejarlo?
Vayamos a la Disco mejor!